Si crees que los medios tradicionales censuran, es porque no conoces bien internet
Quienes critican a la prensa parecen desconocer el reglamento mental en el que las plataformas y las redes sociales nos van obligando a vivir poco a poco


Hace unas semanas la empresa de figuración Temps Show Business vivió un episodio entre curioso y kafkiano: después de publicar en Instagram una publicación rutinaria sobre un casting buscando niños negros de entre 8 y 11 años, Meta decidió bloquear no solo esa cuenta profesional, sino también otra cuenta de la misma empresa y hasta la cuenta personal de la trabajadora que había hecho las publicaciones. ¿El motivo esgrimido desde Meta? “Explotación de personas”, decía, tan ancha. Y recordaba otros “ejemplos de cosas que no permitimos”: “Promoción del tráfico sexual”, “ayudar con una adopción ilegal”, “coordinación de prácticas de esclavitud o trabajos forzados”. El bloqueo fue en principio permanente, pero tras varias horas de gestiones y ruegos (y de nervios en una empresa que, al final, vive en gran medida de las redes sociales) se restablecieron las cuentas. Viene esto a cuento de señalar una verdad que muchos hacen como que no ven: el ecosistema digital está bastante más atenazado de lo que nos quieren hacer creer los que pregonan la forma de vida libérrima en la red.
Según la letra pequeña de Youtube, no se puede generar ingresos publicitarios en los vídeos en los que “se usan palabras malsonantes fuertes como “me c*g* en la p*t*” (los asteriscos son suyos) en el título o la miniatura. O en los que se emplea lenguaje malsonante extremo, como incitaciones al odio o insultos racistas, homófobos o similares (como “put* negr*” o “maric*n”) en el vídeo, la miniatura o el título”. Es bastante razonable, pero las dudas surgen con las zonas más grises, que también legisla la plataforma.
Todo es una transposición del inglés, pero las políticas en español señalan que los vídeos en los que “se usan palabras malsonantes de forma abreviada u ocultada, o bien se usan palabras como hostia o joder, en el título, la miniatura o el vídeo”, incluso aquellos en los que “se usa lenguaje malsonante moderado, como puta, gilipollas o cabrón, con frecuencia en el vídeo”, pueden generar ingresos publicitarios. Hay que darle las gracias, porque los vídeos en los que “se usa lenguaje malsonante fuerte (como “me c*g* en la p*t*”) en los primeros 7 segundos o moderado (como “mierda”) en el título o la miniatura” podrían generar “ingresos publicitarios limitados o no generarlos en absoluto”.
El resultado real de estas políticas es que los mismos que, desde las plataformas, denuncian la “censura” en los medios tradicionales, son los que no pueden pronunciar la palabara violador, sino que tienen que decir violín; no pueden decir matar, sino que tienen que decir desvivir; no pueden decir pedófilo sino pedo o pedobear. No pueden decir porno, sino nopor y no deben decir pene, sino nepe. Nótese que aquí se pueden escribir estas palabras e incluso volver a escribirse: violador, matar, pedófilo. Nótese también que el borrado paternalista de estas palabras fuerza un marco meramente lúdico, cada vez más alejado de la información, el análisis y la crítica.
Seguramente quienes hagan estas críticas sean también los mismos que señalan que la publicidad es un lastre en los medios tradicionales, aunque nunca se haya puesto a contar cuántos minutos de publicidad hay por hora en cualquier vídeo de Youtube. Youtube, ya que estamos, puede eliminar la cuenta de un creador de forma discrecional. Es decir, dejarle sin trabajo de un minuto para otro. Se puede recurrir, se puede enmendar, pero no pocas veces muchos creadores de contenido han sido acusados a mala fe de incumplir las normas, lo que ha dejado congelado su canal durante muchos días. Esto es ciertamente vistoso, pero palidece frente a la auténtica censura que las redes y plataformas pueden llevar a cabo: el shadowbanning, es decir, el paulatino destierro de ciertos contenidos de los sitios de visibilidad. Muchos creadores de contenido han desaparecido del imaginario colectivo de un día para otro porque los cambios sobrevenidos del algoritmo hicieron que su contenido fuera de repente ignorado.
Quiere decirse, con todo esto, que a todos aquellos inquilinos digitales a los que no se les cae la palabra “censura” de la boca cuando hablan de medios tradicionales, habría que preguntarles si se han parado un momento a pensar el reglamento mental en el que las plataformas y las redes sociales privadas nos van obligando a vivir poco a poco. A muchos les sorprenderá, pero aún hay sitios en los que se pueden escribir verbos como joder o matar, e incluso teclear calificativos como gilipollas. Que, si nos descuidamos un poco, es como parece que acabaremos todos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad , así podrás añadir otro . Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
