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Entre dos mares, la felicidad dura el doble

La Región de Murcia ofrece al viajero el bienestar de sus playas salvajes, sus aguas mediterráneas (y las del Mar Menor), su patrimonio y su gastronomía

Los 250 kilómetros de costa mediterránea de la Región de Murcia esconden algunas playas salvajes preciosas para conectar con la naturaleza.

Hay una felicidad impronunciable, que cabe antes en la brevedad de una interjección de sorpresa o gusto que en las lindes de una palabra; la que se saborea y perdura en el paladar, la que se respira y te eriza la piel. La verdadera, la “felicidad de la buena”, como reza el eslogan de la consejería de Turismo de la Región de Murcia. ¿Por qué este destino del sureste español se ha convertido en uno de los preferidos para los extranjeros? ¿Qué encuentran en estas tierras? La respuesta es un secreto a voces —de los atardeceres en las salinas de San Pedro del Pinatar al crujido en la boca de una buena marinera— que desvelamos a continuación…

Un mar de vida

La fachada marítima de la región, un litoral de 250 kilómetros, guarda en su geografía calas salvajes, playas de arena dorada entre crestas rocosas, espacios naturales donde chapotear sin miradas indiscretas y, en contra del tópico, sin un solo edificio de hormigón cercano. La Costa Cálida, la llaman, porque efectivamente sus aguas mediterráneas registran unas temperaturas suaves, más templadas que las del resto del país.

Paraísos ajenos a la masificación como el Parque Regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila, donde las aguas marinas se funden con acantilados y sierras semiáridas. Aquí solo dos diminutas poblaciones atestiguan la huella humana: Cobaticas y La Jordana. El resto son leguas de arena y mar, al cobijo de los roquedos. La flora acuática de la zona es un reflejo de la que se halla en la orilla contraria del Mare Nostrum: cornicales, albaidas… las especies exóticas de enclaves edénicos.

Como lo es para los aficionados al submarinismo la reserva de Cabo de Palos - Islas Hormigas: la meca del buceo en el Mediterráneo, según National Geographic, un ecosistema marino que ha sido designado reserva protegida y que alberga arrecifes de coral y una riquísima biodiversidad. Cerca de la costa, en las Islas Hormigas, pueden contemplarse meros gigantes, morenas, barracudas o águilas de mar.

La —quizá— mejor panorámica de la Costa Cálida se puede irar desde la Batería de Castillitos, una fortaleza erigida en la punta del cabo Tiñoso: la imponente vista alcanza hasta el islote de Las Palomas. Y, enfrentada al cabo, se encuentra la ensenada que conforma el puerto de Cartagena, una ciudad que lleva más de 3.000 años precisamente volcada al mar. El teatro construido por el emperador Augusto en el siglo I a.C. es todo un símbolo, pero del carácter marino del municipio hablan mucho más elocuentemente su Museo Naval y el Museo Nacional de Arquitectura Subacuática (Arqua), donde el visitante podrá toparse con el tesoro de la fragata Nuestra Señora de Las Mercedes o con el submarino que inventó Isaac Peral a finales del XIX.

Águilas, Mazarrón, Cartagena, el litoral de Lorca, La Manga… tanto el Mar Menor, la albufera española de mayores dimensiones, como las playas puramente mediterráneas son, además, aguas idóneas para la práctica de todo tipo de deportes: vela, piragua, kitesurf o, ¡por qué no!, modalidades más modernas, como el eFoil: ¿quién se atreve a surcar el Mediterráneo surfeando a toda velocidad en una de estas tablas propulsadas por un motor sujeto a un mástil subacuático?

Las aguas de la Costa Cálida guardan un cementerio de barcos convertido en arrecifes. La meca del buceo en la Península.

Un patrimonio que emociona

A partir de los monumentos más señeros de la región puede revisitarse la historia entera de España.

Por Caravaca de la Cruz pasaron íberos, romanos y musulmanes; la ciudad, una de las Ciudades Santas de la cristiandad y destino jubilar de miles de peregrinos, se ordena alrededor de su castillo del siglo XV, levantado por la Encomienda de los Templarios. Además de este Camino de la Cruz de Caravaca, que conecta el norte de España con el corazón murciano, varias de las fiestas anuales que celebra el pueblo están declaradas de Interés Turístico, como los Caballos del Vino, Moros y Cristianos o las de las Cuadrillas de Barranda.

El teatro romano de Cartagena lo ordenó construir el emperador Augusto en el siglo I a.C. y es todo un símbolo de la ciudad. Su proyecto de recuperación comenzó en 1988.

El casco viejo de Lorca es Conjunto Histórico Artístico desde 1964 y su castillo, conocido como la Fortaleza del Sol, fue declarado Monumento Nacional en 1931. En el mismo recinto se halla una sinagoga única, una singularísima muestra de la arquitectura judía medieval, que luego no se vio transformada en templo cristiano o de ninguna otra confesión. De Murcia capital cualquiera reconoce su plaza más emblemática, la del Cardenal Belluga, dibujada incluso por Salva Espín en portadas de cómics Marvel. En ese foro sobresalen las formas de la catedral de Santa María, en cuya capilla mayor se halla la urna sepulcral donde reposa la reliquia con el corazón de Alfonso X el Sabio, o el edificio del genio de la arquitectura contemporánea Rafael Moneo.

Cuidar el sentido del gusto

1001 sabores, reza el dicho murciano, una interminable velada de deleite para el paladar como eternas fueron las 1001 historias con que Sherezade embruja al sultán. La gastronomía murciana es un festín perpetuo. En sus plazas y terrazas, es casi un deber detenerse a degustar unas tapas, durante el aperitivo. Y, entre todas, es inexcusable probar una buena marinera, ensaladilla rusa sobre una rosquilla crujiente de pan coronada con una anchoa; o los caballitos, gambas de un rebozado dorado que disfrutar a bocados.

Una rosquilla crujiente y alargada de pan, ensaladilla rusa y una anchoa... con esos tres elementos se hace una de las tapas más especiales de Murcia: la marinera.

El caldero, un arroz meloso cocinado con pescado de roca, es un homenaje a la tradición pesquera de la región y, probablemente, el plato por excelencia de la cocina murciana. Con permiso, por supuesto, de todas las recetas basadas en las verduras que salen de la huerta murciana, bañada por el Segura; terrenos de cultivo que ya trabajaron los romanos aunque llevarían a su excelencia hace siglos los musulmanes, que desecaron los terrenos pantanosos y crearon un sistema de riego y drenaje de gran eficacia.

Y, como buen menú, uno no puede levantarse de la mesa sin postre y café. ¿Opciones dulces? Uno podría decantarse por el pan de Calatrava, una especie de flan hecho con pan duro del día anterior, pero ¿cómo no probar un paparajote? Una hoja de limonero rebozada en una masa de harina, huevo, leche y raspadura de limón que posteriormente se fríe y se espolvorea con canela y azúcar. Y, como broche, nada como un café asiático, mezcla de café, leche condensada y brandy.

La gastronomía murciana es muy variada: verduras y frutas de la huerta bañada por las aguas del Segura, arroces con mariscos y pescados de roca y grandes postres (como el popular paparajote), son casi un emblema cultural de la región.

El sentido del ritmo

En el municipio de La Unión, sus minas milenarias asoman la vista al mar. Como homenaje a los cantes mineros levantinos del siglo XIX, en 1961 surgió en aquella localidad un festival de flamenco —del que se toca, del que se canta y también del que se baila— que se ha convertido en uno de los más importantes del país. Por allí pasaron Camarón o Paco de Lucía, y sus premios han lanzado carreras como las de Miguel Poveda.

Sol, aguas templadas, salitre, arenas doradas y puestas de sol de una luz broncínea. Todo eso ofrece la Costa Cálida.

La música es una constante, más aún en el período estival. El verano es para los festivales, como el de LOS40 Playa Pop 2025 que se celebra en junio junto al Mar Menor y con libre, para quien persiga el placer último: paz, sol, playa y buena onda.

Sobran las razones para el crecimiento del sector turístico en la Región de Murcia: ¿acaso hay algo más preciado en el tiempo de ocio que el placentero bienestar que ofrecen sus humedales, sus playas, su patrimonio y gastronomía? Felicidad de la buena, de la que no necesita explicaciones.

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