Jóvenes vulnerables hacen cine con sus experiencias de abusos, abandono o violencia
La Escuela Dentro Cine de Matadero Madrid combina la psicoterapia con la cinematografía con 12 alumnos procedentes de un programa de apoyo socioeducativo


Es un acto poderoso el de ponerse frente a una cámara, darle a grabar y hablar. Mucho más cuando la que se narra es la propia historia y cuando el relato se convertirá en una película. Eso dice Mika Cilindro, joven filipina de 24 años que forma parte de la Escuela Dentro Cine, un proyecto de Cineteca Madrid que trabaja con jóvenes vulnerables a los que ofrece el cine como herramienta terapéutica para tramitar su pasado, en ocasiones atravesado por experiencias de abuso, abandono y violencia. “Aprendes a coger tus mierdas y todo lo que has vivido en tu vida y hacer arte de ellas”, asegura Mika, que agrega: “Lo más importante es contar tu historia como tú quieras que se cuente”.
En una sala subterránea de Matadero Madrid, se congrega desde las 10.00 parte de la séptima promoción de la Escuela. Son unos 12 jóvenes, sentados algunos en el suelo y otros sobre sillas verde fosforescente que forman un círculo. Los acompañan los directores: Violeta Pagán, psicóloga y cineasta, y Pedro Sara, cineasta.

Cada curso, que va desde octubre a marzo, acoge alrededor de 20 jóvenes, remitidos principalmente por el Programa de Apoyo Socioeducativo y Prelaboral para Adolescentes (ASPA) del Ayuntamiento de Madrid. Entre todos producen una película en la que narran sus experiencias y que les permite desligarse de la categoría de “víctima” en la que constantemente se ven encasillados por su entorno y que los limita y los agota.
Este año, el grupo ha puesto dos ideas como premisas fundamentales para el largometraje, que se proyectará el próximo 24 de junio en Cineteca Madrid: “Compartir los recuerdos, si son buenos, los hace el doble de buenos, y si son malos, los hace la mitad de malos” y “El pasado doloroso de alguien lo hace ser la persona que es ahora”.
Mika, que va ya por su cuarto año vinculada a la Escuela y que acompaña ahora el proceso como mentora, cuenta que narrar su propia historia le permitió desahogar una enorme carga emocional que tenía a raíz de varios conflictos familiares que tuvo de adolescente y que hoy, enfatiza, están completamente resueltos. Cuenta de una escena de su película: “Me abro en canal y cuento todo el proceso de lo que viví en el centro de menores en el que estuve, todo el dolor. Cuento cosas que nunca había contado a nadie. Hablo con frustración y con rabia, pero eso me ayudó mucho”, asegura.
Una escuela para “integrar” y no para “curar”

Violeta, la directora, es enfática cuando dice que la Escuela Dentro Cine no busca “salvar” o “curar” a nadie. Más bien pretende “integrar” a la dinámica del grupo los traumas y las experiencias con las que llega cada estudiante y, desde el trabajo colectivo de producir una película, revisar cada historia para conectar con ella de manera distinta. “El cine permite reelaborar situaciones críticas imaginando nuevos escenarios”, asegura.
Mika es la prueba de eso. Dice que la experiencia le ha generado una actitud de no conformarse con nada. “Antes pensaba: bueno, puedo trabajar para alguien, pero ya no me da la gana”. Ahora, asegura, quiere “ser la directora”, tener su propio proyecto. “Quiero mandar yo, y eso es culpa de la escuela”.
Llegó de Filipinas cuando tenía dos años, en 2002. Con 15 estuvo en un centro de menores por “problemas familiares de los que me da pereza hablar porque ya he hablado mucho de ellos” y pensaba que su futuro podría terminar siendo cocinera, trabajando en el sector de hostelería o de limpieza. “Siempre dentro de un círculo de precariedad”.
La escuela la cambió por completo. “Puedes ser directora, guionista, puedes dedicarte a sonido, puedes ser psicóloga, son cosas que un chico que ha estado en situación como la nuestra, nunca se plantearía”.

Hoy trabaja como guionista para dos productoras españolas y como directora de su propio largometraje. Además, istra un estudio de tatuajes que ella misma montó y donde tiene tres empleados.
“¿En qué momento pude imaginarme siendo directora, empresaria?”, se pregunta, “Eso es lo bonito de esta escuela, que no tienes límites”.
“Somos mucho más que las cosas malas que nos han pasado”
Iñaki Sotolucero (19 años), estudiante de la séptima promoción, llegó a la escuela en septiembre de 2024, después de que una de sus tías se la recomendara. Desde la sala donde está reunido con sus compañeros cuenta, detrás de unas gafas de marco negro grueso, que de adolescente fue siempre muy callado, cerrado y de pocos amigos. “Eso me jodió mucho, perdí oportunidades de estudio y de trabajo”, asegura.
Sus padres se separaron cuando tenía “siete u ocho años” y eso lo obligó a moverse constantemente de hogar y de instituto. Antes de cumplir 15 había pasado por Collado Villalba, el pueblo de la Sierra de Madrid donde nació; Galapagar, a donde fue a vivir con sus abuelos maternos un tiempo; Alicante, donde intentó vivir con su padre, y Madrid, donde vive actualmente con sus abuelos paternos.

“No me sentía cómodo en ningún lado”, cuenta. No se llevaba bien con su padre, terminó con su novia, no salía de casa, no usaba su móvil, se pasaba el tiempo durmiendo y nunca hablaba con nadie.
Ahora dirige escenas de la película con profesionalidad y encontró en la realización cinematográfica, que le apasiona desde que es adolescente, pero que nunca había experimentado, la comodidad que tanto le faltaba. “Vengo porque me gusta lo audiovisual y quiero aprender, pero más porque me gusta ver a la gente, hablar con ellos, estar con ellos. Trabajamos bien, nos movemos bien, estamos en algo que nos gusta y nos divierte”, asegura.
Y agrega con ahínco: “No somos solo las cosas malas que nos han pasado. Somos mucho más y si podemos contar nuestras propias historias, podemos explorar y resaltar esas otras facetas”.
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