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tribuna
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El monstruo del narco nos va a devorar

El narcotráfico amenaza con tomar el control de numerosos territorios en España ante la precariedad policial, el colapso judicial, la normalización social del fenómeno y la desatención política

Cocaína incautada en una operación conjunta de la Policía Nacional y el Servicio de Vigilancia Aduanera, en el puerto de Algeciras el pasado noviembre.

Como en la fábula, nadie parece estar haciendo caso al depredador que amenaza con engullirnos. El narcotráfico se alimenta en España sin que prestemos suficiente atención a su dieta. La provincia de Cádiz y la zona del Estrecho son, desde hace tiempo, los cotos de caza más activos. Ahí su régimen alimenticio se basa en precariedad policial, colapso judicial, normalización social del fenómeno y desatención política.

Policía Nacional, Guardia Civil y Servicio de Vigilancia Aduanera llevan años reclamando mejorar sus medios. Una premisa por encima de las demás: necesitan aumentar su tecnología. Los narcos del Estrecho disponen de más y mejores herramientas y los mandos policiales están cansados de rogar más inversión. Lo humano también se queda corto. La ratio de efectivos versus narcos es alarmante. Estamos llenos de siglas (Udyco, GRECO, OCON, SVA...) pero faltos de agentes. No solo eso; desde el desmantelamiento de OCON Sur (la extinta unidad de la Guardia Civil destinada a la lucha contra el narco en el sur de España), no hay una sola sección del cuerpo que pueda dedicarse en exclusiva al asunto. Una comandancia de la Guardia Civil de Cádiz o Málaga deberá lidiar con capos mafiosos y, a la vez, con una disputa entre dos vecinos de escalera. En Policía Nacional está el Greco, pero estos grupos de élite están mal pagados y basan el reclutamiento en lo vocacional: no muchos están dispuestos a llevar a cabo turnos de 20 horas y perseguir a jefes mafiosos sin cobrar siquiera un plus de peligrosidad, como sí ocurre todavía en País Vasco y Navarra. No lo justifica, pero la precariedad explica, entre otras cosas, el veneno de la corrupción policial, mucho más extendido y grave de lo que el ciudadano medio percibe.

Siendo España una de las grandes puertas de entrada de droga en Europa, no es descabellado preguntarse por qué no tenemos nada parecido a una DEA estadounidense.

Cuando pese a todo las fuerzas de seguridad llevan a los narcos ante un juez, aparece la segunda gran golosina para el monstruo: el colapso judicial. Una vez más, nos encontramos con pequeños tribunales provinciales saturados de demandas de todo tipo a los que les cae un macroproceso por narcotráfico. Jueces y fiscales lidiando con cuatro divorcios en una mano y dos poderosos narcotraficantes en la otra. Columnas de autos, escritos y dosieres que llenan carritos de la compra en los despachos de los funcionarios judiciales.

Un muestrario cada vez más numeroso de abogados penalistas juegan con este desbordamiento, inundando de escritos los procesos para bloquearlos, encontrando las grietas de un sistema saturado o llevando al límite las normas para dejar sin margen de maniobra a fiscales antidroga que se ven rebasados en número y en medios. Eso sin contar que no pocos fiscales de la zona viven a día de hoy amenazados e intimidados por el narcotráfico y no tienen escolta. Una vez más, como ocurre con las fuerzas de seguridad, los tentáculos del narco palpan el escenario e inocula el veneno. No se trata de grandes y peliculeros sobornos. A veces basta con pagarle la hipoteca a un funcionario para que un papel no llegue al despacho que debería y todo un proceso se desmorone.

Esta es la realidad del sur de España a día de hoy. Pasito a pasito el monstruo crece y hay políticos que insisten en desviar el tiro hablando de un Código Penal blando o que se necesita mano dura. El problema, lo saben, no es ese. Otra cosa es que les importe.

Más allá del campo de batalla está la que, para muchos, es la cuestión principal, el sustento de la bestia: la economía. El narcotráfico se erige como uno de los motores de la economía de provincias como Cádiz. Ya no se trata solo de la cantidad de puestos de trabajo que ofrece (vigilantes, mecánicos, pilotos, conductores, contables, logística...), con salarios inalcanzables en el mercado legal; tampoco del enorme chorro de blanqueo de capitales que padece la comarca. Se trata, sobre todo, de la intervención de la economía lícita. Flujos enormes de dinero (la mayoría, líquido) son reinvertidos en la red industrial y comercial de la región, haciendo que la dependencia que la economía tiene del narco sea inaceptable. En una zona con tasas de desempleo juvenil impropias de un país europeo y una escandalosa falta de iniciativa y emprendimiento, el narcotráfico se ha convertido ya no solo en una alternativa válida, sino en una posibilidad irresistible. Y lo que es peor: necesaria. Cádiz y el Estrecho necesitan ser resucitadas económicamente para que el narco no se consolide como un contra-Estado.

Todo este banquete del que está disfrutando el narco tiene un anfitrión: la desatención política más allá de lo local. Nunca antes había entrado tanta droga en Europa, con el Estrecho como puerta elegida. Pero sigue sin penalizar políticamente, tal vez porque nos creemos inmunes. En Holanda han matado a un periodista y a varios abogados, Suecia sufre atentados con bombas cada semana y Francia ve cómo el Estado ha perdido el control de barrios de París o Marsella. ¿Qué impide que España cruce también la línea roja? Si el monstruo sigue comiendo, es evidente que nos devorará.

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